sábado, 19 de marzo de 2016

Aquel y Yo

Tuvo que sentir el horror de haberse dado cuenta tarde del pecado que había cometido. Pensaba que todo hasta ahora había sido pura casualidad. Así que trató de negarlo todo hasta darse cuenta de su argumento vacío con rabia e ira. “Es que duele caer en la trampa”, decía. Pero en realidad no era una trampa. Lo sabía muy en el fondo. Sabe que tuvo en parte la culpa y que la indiferencia no lo salva. Fue aterrador saber cómo la gente lo miraba, abanicando sus cabezas con un gesto de reprobación. “¿Cómo pudo ser que hiciera esto?”, decían. Sus caras parecían como si hubieran presenciado algo de no creer, impensable. Y es que decían muy en serio, en secreto, lo repugnante que había sido la tardanza. “Hasta un ciego lo hubiera visto antes”, se murmuraba. Ahora aparece con cara de “yo no fui” y perdido. Estaba perdido en lo que nadie desearía jamás perderse. Él también se reprobaba, sí, hacía los mismos ademanes y todo. Se observaba diciendo “¿cómo gran putas pudiste?”. Ya parecía uno de ellos, uno de sus detractores. “Sinvergüenza”, “güevón”, decía. Y es que cómo es que alguien es así… Así tan él, tan inocente y majadero, un insensible consciente. ¿Cómo fue que pasó? De verdad parece de no creer. Es como para hacer una historia y contarla de bar en bar a ver si hasta a los borrachos les parece ficción o qué. Él lo sabe y eso es el origen de la cólera. Una indiferencia eterna hubiera sido decepcionante pero nunca repugnante. Pues de ignorancia se vive y se mastica. Se muerde el polvo de la mentira como la manzana más podrida. Pero ni se siente, solo vive. Ahora no paro de observarlo a ver con qué sale, esperando que de algún modo le valga mierda y olvide. Así de fácil sería girar la cabeza y olvidar esas voces, esos rostros de abanico. Ya hasta un coro de recriminación debe de oír en su cabeza. A veces esas voces aniquilan. A veces uno escucha un imbécil que lo sermonea en los sueños y habla de uno en tertulias. A veces uno las escucha cuando se mira en el espejo.

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