domingo, 13 de septiembre de 2020

Itomori

En el final del viaje nos encontramos en una escalera en la ciudad. Nos conocimos en sueños pasados. Conectamos. Nos encontramos y seguimos sin conocernos. Tú me escribiste tu nombre en el reverso de mi palma y yo te escribí las palabras más sagradas. Lo hice porque sabía que olvidarías mi nombre, así como yo olvidé el tuyo. Pero lo que se siente al leer esas palabras no se olvida por más oníricas que sean nuestras distancias. En el último intercambio, cuando nos escribimos, alcanzamos a sentirnos. Queda el recuerdo de algo, no sé, del algo que uno quiere encontrar pero no sabe por dónde buscar. No era un sueño, lo juro. Ahora estamos aquí, tú arriba y yo abajo, y nos acercamos sin mirarnos a ver si al entrevernos confirmamos nuestros sueños. Caminamos uno lado del otro tratando de descifrarlo todo. Pero no hay preguntas. A veces la mente se pierde en ejercicios vagos y esperanzadores buscando y buscando. Eso hacemos mientras nuestros pies avanzan. Yo ya estoy donde estabas e igual tú. Estamos de espaldas en pausa tratando de manipular el universo. Yo giro y te pregunto si nos hemos visto antes y tú respondes entre lágrimas que estabas pensando lo mismo. Se nos viene el recuerdo de nuestras manos, del mensaje en el reverso, y nos preguntamos al mismo tiempo si podemos saber nuestros nombres mientras la música inicia y la película termina.