Sueño cuando no debo soñar.
Sueño que te beso, que te beso toda
En mis pasados,
En mis futuros que no son ni serán,
Que quisiera que no fueran sólo míos,
Sino nuestros,
Nuestros los sueños que sólo yo sueño
Cuando no debo soñarlos.
Todo mi tiempo pasado fue mejor.
Cuando estabas tú.
Cuando ignoraba el agudo sufrimiento
De vivir,
De ver cómo caen las cosas en el suelo,
De ver cómo se oscurece el cielo.
Soltar y empezar.
Soltar lo que no se puede repetir
Porque jamás ha pasado.
Empezar un libro de recuerdos,
Ojalá sin sueños,
De besos reales y eternos.
domingo, 12 de enero de 2020
miércoles, 20 de noviembre de 2019
Hilo
Previamente no había sido un hombre de creencias. De niño seguía el guión católico que me inculcaron mi madre y mi padre hasta que asesinaron al papá de un amigo. Tenía quizás 13 o 14 años, no recuerdo bien. Ese día cuestioné a ese dios católico que pintaban de bondadoso y justo. ¿Qué de justo y bueno hay en el asesinato de una persona? Ante esto, era común escuchar que lo de bueno y bondadoso iba después, en el "cielo". Lo paradójico era escuchar a esas personas darle gracias a ese dios por las cosas buenas que recibían. Entonces, ¿qué? ¿Sí puede ser bondadoso en vida? Si podía ser bondadoso en vida, entonces ¿por qué tuvo que morir el padre de mi amigo?
Dejé de creer. Además estaba sesgado por esa iglesia que siempre se ha enriquecido a costa de la fe y la voluntad de los creyentes. Sin embargo, cometí el error de pensar que ese dios cubría cualquier forma sobrenatural o divina que pudiera existir. Por eso, terminé por considerarme un agnóstico, o sea, empecé a creer que si hay algo sobrenatural, definitivamente no estaba a nuestro alcance. Me lavé las manos con eso.
Este año hice un viaje por el mundo. Conocí todas las grandes religiones: Budismo, Hinduismo, Cristianismo, Judaísmo e Islam. De alguna forma me dejé contagiar por esa espiritualidad. Empece a creer que quizás existe un hilo (por llamarlo de alguna forma) que une personas, une cosas. En particular, pensaba en un hilo que me conectaba con ella. Me apropié de ese hilo: lo pensé, lo conversé, hasta puedo decir que vi señales de su supuesta existencia. No sé si caí en un sesgo de confirmación, porque es fácil caer. Es fácil caer en una idea tan bella como es el amor.
Ayer recibí una noticia que me hizo dudar del hilo. No hay algo más desgarrador que despertar sin fe. Vamos a ver qué pasa.
domingo, 18 de noviembre de 2018
Sufrimiento
Sufro por lo que no debo. Mejor, soy un completo imbécil. Esas seguidilla de mensajes difíciles de descifrar me está jodiendo la vida. Y no tengo ni putísima idea de qué hacer. Mutar y mutar, pero no. Ignorar el destino de tanto cambio es inmanejable. Un día sufro por esto, otro por aquello. ¡Es que todos los días mi amor se revoluciona! Esto debe parar. Estoy volviendo a esas épocas que el peso del amor se me viene encima y me vuelvo masoco. Empiezo a fantasear con el mal. Conflicto puro. Y ahora me mata la contradicción de mis recuerdos. Más conflictos. Uno juntos de la mano, otro la distancia. No tengo más remedio que explorar esta soledad demasiado ruidosa.
viernes, 31 de agosto de 2018
Lápiz
Hace tiempo que no escribo. No sé por qué. Solía escribir por culpa de esos impulsos desgraciados de escribir cualquier maricada y ya. Me daban esos deseos de escribir sobre placeres estúpidos como los tragos y el amor. No sé si quiera seguir escribiendo sobre eso, la verdad. Como que escribir sobre una mujer equis encanta pero es enfermizo. Tampoco es que me sienta como Borges escribiendo sobre cosas que qué putas pero hay que estar en cierto sentido jodido para escribir sobre vainas raras y tal. También me gustaría comentar los problemas que observo y tal. Pero sobre esos pienso millones de ideas que no veo cómo poner elegantemente en este lugar. Además está el J. Aquel güevón que pretende ser yo (o al revés, no sé) con el que me identifico pero que no quiero ser pero quizás sí. El caso ... Este man habla solo de amor tipo eros así bien platónico y filosófico y tal, pero ¡eh! me mama a veces. Entonces no sé. No sé sobre qué quiero escribir. Volver a la idea de "ella" aunque no sepa quién es "ella" es tentadora. Y volver a escribir sobre lo que no veo y pretender ser otro. O sea, dejar de ser yo en la escritura. ¡Del putas! No sé si escribir sobre eso.
lunes, 5 de septiembre de 2016
Unas por Otras
A
Mariano lo habían llamado así –o bautizado si se quiere– según las exigencias
de sus abuelos. Ahora, 18 años después,
Mariano había decidido cambiar su nombre. Había esperado la edad suficiente
para legalizar el acto. Se escandalizaba al leer La Biblia y ver nombres tan
hermosos, excepto el suyo. Hubiera preferido llamarse Jacobo, Salomón o
Baltazar. Pero no. Justo tuvo que ser Mariano. Simplemente no le gustaba. “Que
no y que no”, decía. Tenía ese no sé qué que tienen los nombres feos pero que
nadie puede señalar con certeza. Bueno, tampoco pensaba que fuera un nombre
guiso o algo así. Sólo no le gustaba y ya. El porqué era una pregunta que poco
valía la pena. Sin embargo, estaba harto de que le preguntaran siempre lo
mismo. Y es que el tipo siempre que conocía a alguien nunca se presentaba.
Usaba las fórmulas del “hola, ¿qué tal?” y el “¿qué hubo qué más?”. Pero todo
el mundo se quedaba esperando a escuchar su nombre y como él no lo decía,
terminaban por preguntarlo. Si se lo decían a un amigo, la respuesta era “se
llama Mariano, pero no le gusta que le digan así. Ni idea por qué”. Si le
preguntaban a él, para ahorrarse las malas caras, inventó que así se llamaba su
peluquero. Pero muchos decían que eso no terminaba de contestar la pregunta.
A
pesar de su nombre, Mariano fue un tipo suertudo. Él decía que la única manera
de compensar ese espantoso nombre era esa suerte con la que había nacido. Las
“nenas” le llovían como agua. Pero, por lo general, era un hombre pasajero. Sus
relaciones terminaban cuando a alguna se le daba por decir que le encantaba su
nombre y paila. La vuelta se caía. Y extrañamente, eso siempre pasaba. No sólo
extraño, le emputaba. Tenía ya una regla para descartar mujeres: si le gusta mi
nombre, suerte. Así, no era raro escucharlo decir “si la vieja odia el Mariano,
me caso con ella”. Una fórmula que, por supuesto, nadie creía. Para él,
fantasear no estaba ligado necesariamente con el sexo. Él fantaseaba con que
una mujer lo llamara con otro nombre. Por eso en las discusiones con los amigos,
a él no le parecía grave que una vieja lo llamara por otro nombre (como en un
desacierto infiel), pues le satisfacía la idea. Ese era más o menos su
imaginario de orgasmo.
Mariano
siempre sentía envidia del nombre de sus amigos. Justo él no tenía de amigo a
Juan, Santiago o Andrés, sino que sus panas se llamaban Darío, Gustavo Adolfo y
Daniel Ricardo. Toda una maravilla, según él. Creo que más allá de ser un
problema para él, se convirtió en una pesadez. “¡A Mariano le gusta mi nombre
ja ja!”. Todos se burlaban. Y él por
supuesto se quejaba. Se quejaba en el colegio, en la calle, en la casa. Tanto
que su madre siempre le decía, “¡Ay, Cielo! Unas por otras”. Él metía sus manos
en los bolsillos, renegaba con la cabeza y “con esa mamá, pa’ qué juguetes…”.
Pobre tipo, estaba desesperado por cumplir los dieciocho.
Todos
saben que uno no se pone su apodo. A mí, por ejemplo, mis panas me llaman Kiko
por un cachetón de una comedia mexicana de los noventa. Pero de algún modo,
Mariano convenció a sus amigos de que no lo llamaran por su nombre, sino que le
dijeran Nano. Y pues Nano no lo convencía, pero, según él, aguantaba. A pesar
de que el apodo no cumpliera con su imaginario de orgasmo, ni se pareciera a
Isaac, Jeremías o Andariel, al menos era fácil de repetir. No sé cómo hizo para
lograr que sus amigos le dijeran así. Si yo fuera pana de él, yo lo llamaría
siempre Mariano. Por joderlo, no sé. Pero creo que llegó el punto que sus
amigos sintieron algún tipo de compasión y optaron por decirle Nano.
Sin
embargo, la estrategia no funcionaba con sus amigas. Las mujeres eran renegadas
con esa idea del “Nano”. Bueno, no todas, la mayoría. En especial, las que le
llamaban la atención. El man a veces era promiscuo. No le importaba repartir
pico como loco. Algunos le decían Nano el Marra… Pero a él le parecía gracioso.
Es más, hacía lo que fuera para que jugaran con su nombre. Le fascinaba
escuchar el “Nano el Marrano” o el “Nano come banano”. Le causaba bastante
gracia. Quién sabe qué hizo para que lo llamaran por todos esos apodos.
Así,
pasó un buen tiempo sin que Nano escuchara de nuevo su nombre. Tanto que
cumplió 18 años y lo recordó. Tuvo que ir a la registraduria y sacar su cédula.
Y cuando la vio, recordó absolutamente todo. “Es tiempo”, dijo. Leyó La Biblia
a ver con cuál nombre se quedaba, y por fin decidió su nuevo nombre. Ahora sí
se empezaba a sentir el orgasmo. Nueva vida, nuevo nombre. Ahora sólo pensaba
que ya no iba a sentir envidia del nombre de sus amigos. Ya quería escuchar a
las “nenas” decir cuánto les encantaba su nombre. Relamía su boca de sólo
imaginarlo. Pronto dejaría de llamarse Nano.
Mariano
hizo todas las vueltas necesarias y ahora sólo faltaba la firma del registrador
del pueblo. Alguien le había dicho que era amigo de sus abuelos, entonces los
llamó para pedirles que intercedieran para conseguir una cita lo más pronto con
él. Y así fue. Hoy mismo tenía la cita. Se vistió con la ropa conquista tipas
que tenía, lustró sus zapatos, se peinó el copete y se afeitó el bozo. El man
se vistió de galán para su nueva cédula.
Sus
abuelos le comentaron que la vuelta no debería demorarse más de diez minutos.
“Mijo, sólo vaya, salúdelo de nuestra parte y firme”. Mariano estaba ansioso.
Sólo pensaba que esos diez minutos iban a ser los más eternos. Llegó a la
registraduria y allí lo hicieron seguir a la oficina del registrador.
–
Hola, joven. ¿Qué me lo trae por aquí? – dijo el viejo, entre carrasperas y
flemas duras de tragar.
–
Buenos días, mucho gusto. Vengo a cambiarme el nombre. No sé si mis abuelos…
–¡Ah,
sí, sí! Tus abuelos, tus abuelos. ¡Cómo iba a olvidar a mis mejores
estudiantes! Sí, ellos me dijeron que ibas a venir. Pero, dime, ¿por qué te
quieres cambiar el nombre?
–Porque
no me gusta.
–Ah,
ya veo. Y cuéntame cómo te llamas.
–Me
llamo Mariano.
–Uy,
¡justo como yo!
miércoles, 17 de agosto de 2016
Humos en las Sombras
La mujer de los parques vacíos
Me susurra que vaya con ella,
Que me pierda en la noche
Siguiendo sus pasos.
Detrás de los árboles se oculta.
Sus pianos y sus flautas me llevan,
Me atraen.
Corre y se oculta,
Y yo persigo su sombra,
Como el humo a la ciudad
Cuando se desmorona.
viernes, 6 de mayo de 2016
Mentiras
Que no queda nada, nada más. Eso dicen. ¿Por qué lo dicen? Se cagan las pelotas cuando lo repiten. Una mentira repetida mil veces. Hasta la gente la cree y tal. Como si fuera una frase de cajón, de esas certeras que dicen las abuelas que lo cohíben a uno de apostar los huevos y que resultan en viles patrañas. Yo no me dejo meter los dedos en la boca. No soy de esos que creen que dios hizo el universo y tal. Sólo creo en paradojas y en el oxímoron. Obras de arte, sí. Grandes retos para desperdiciar nuestras vidas pensando y pensando. Prefiero apostar el pensamiento que vivir ligado a una mentira. No quiero ser de esos esclavos que viven en cavernas que sólo creen que existen las sombras. Qué mayor miedo que ese. Por eso arden los ojos cuando se mira al sol por primera vez. La verdad duele, sí, pero no espanta. Es de esos puñales que gustan, porque rasgan las entrañas pero liberan el veneno que fluía en las venas. No soy supersticioso, pero sí dudo. Dudo de las causalidades y de las coincidencias. A pesar del pensamiento, siempre existe la magia que me dice que hay algo más.
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